SUEÑOS QUE SE CUMPLEN

domingo, 1 de noviembre de 2009

A continuación leeremos una historia, la cual demuestra que hay cosas que no siempre son lo que parecen, y que hay sueños que se cumplen. Una bonita historia que da ánimos para luchar por nuestros sueños...

Pasaban los días, y lo que una vez a ella le pareció un sueño pasajero tomó forma, forma en la vida real. El que era el mayor deseo de su amiga, se iba convirtiendo en el suyo también, pero era un silencioso anhelo, pues no era algo de lo que estuviera orgullosa de sentir. Ni siquiera conocía a aquel hermoso chico, pero le gustaba soñar despierta con que él iba a ser el príncipe de su cuento de hadas. Intentó conocerlo a través de internet, y poco a poco lo iba consiguiendo, pero ya estaban a principios de Julio. Ella estaba a punto de irse de vacaciones a la playa durante dos meses. Hasta mediados de Julio continuaron hablando por internet, pero simplemente eran conocidos. Ella soñaba que algún día él llegaba a ser su mejor amigo, un amigo especial, y que quizás con el tiempo, llegaba a ser algo más.
El 20 de Julio ella tuvo la oportunidad de regresar a su pueblo durante unos días, y no dudó en hacerlo. Durante esos cuatro días lo vio todas las tardes. Sus amigos empezaron a salir juntos, por lo que ellos también lo hacían. Congeniaron muy bien, pero llegó el día en el que ella debía volver a irse, y no regresaría hasta el 1 de septiembre. Ellos siguieron hablando por internet, y poco a poco se hicieron muy amigos. Se consideraban el mejor amigo el uno del otro, y ambos lo sabían. Se lo contaban absolutamente todo y todos los fines de semana hablaban por teléfono, durante una o dos horas. El único inconveniente era que los padres del chico estaban separados, y debía pasar una semana en cada casa. En casa de su padre tenía internet, pero no en casa de su madre, por lo que algunas semanas hablaban el lunes por la mañana y no volvían a hacerlo hasta el viernes por la noche, cuando charlaban por teléfono. Todo aquello comenzaba a ser un sueño hecho realidad. Por las noches, cuando ella regresaba a su casa a la una de la madrugada encendía el ordenador y hablaban hasta las dos o las tres. Él la hacía tan feliz… ¿cómo pensar que ambos sentían lo mismo? Pues sí, lo sentían. Ella no confiaba que fuera en el mismo grado, pero él le dijo que un día lo sintió. Pero… ¿qué iban a hacer?, si su amiga seguía anhelándole… y además, ninguno de los dos quería perder algo tan bonito. Ninguno tuvo jamás a alguien tan importante como lo eran ellos entonces el uno para el otro, por lo que ambos fingían no sentir aquello, que eran solo eso, amigos. Los dos creían que el otro les había olvidado, y sentían que jamás ellos lo harían.
Pasaron los años y se seguían viendo cada tarde, cada fin de semana… Cada vez la confianza era mayor, y su amistad, más fuerte. Ella llegó a pensar que sin él no podría vivir, pero él no quería pensar en qué sentía, pues a su alrededor tuvo ejemplos de que el amor hacía daño, y no quería pasar por lo mismo que lo hicieron sus padres. Aunque en el fondo la quería como no había querido nunca a nadie pese a que no quisiera darse cuenta, y un día ella misma le hizo abrir los ojos.
Era una calurosa tarde de octubre. Rara temperatura para aquella época del año. Como siempre, mientras los demás andaban ellos se quedaban atrás para contarse las novedades, y ese día una de ellas era que Alex, un amigo que tenían en común, quería salir con ella. Él le dijo que no lo hiciera, pues se acabaría enamorando y sufriría, pero ella no le hizo caso. Era una reacción muy rara por su parte. Nunca se oponía a las oportunidades que se le presentaban, sino que daba alternativas y apoyaba sus decisiones. Aquella tarde lo vio un poco raro, triste, pero lo disimulaba muy bien, como todo, aunque sabía que con ella aquella actitud no funcionaba, ya que se conocía más que de sobra.
Alex ni siquiera le gustaba, y aún no entiende por qué, le dijo que sí. A él eso le dolió tanto como una bala en el pecho, y le convenció de que ella le había olvidado. En ese instante no vio su reacción, pues ya era tarde y debía regresar a casa. Por el camino comenzó a pensar en que se había equivocado, que al único que quería era a él, y no a su amigo, y que no se perdonaría hacerle daño, si es que se lo había hecho. Se consideró una idiota, por pensar que a él le podía haber hecho daño que estuviera saliendo con su amigo, pero ¿y si era cierto? ¿y si él la quería después de tanto tiempo? Esperaría a ver su reacción al día siguiente, y si él estaba mal, dejaría a su novio instantáneamente.
Cuando llegó el día siguiente por la tarde, todos se vieron una vez más, y cuando ella lo vio se le partió el corazón. No levantaba la mirada del suelo ni hablaba con nadie. Era evidente que algo lo estaba destrozando. Levantó la cabeza para mirar a los recién llegados, y ella no pudo evitar que las lágrimas corrieran silenciosamente por sus mejillas. Todos se percataron, pero sabía que no eran ellos quienes debían intervenir. Se lo llevó a un lugar apartado a hablar, y comenzó a hacerlo, aunque la respiración entrecortada se lo hacía difícil. No podía soportar ver esa mirada perdida y esos ojos encharcados en lágrimas
-Adrián, lo siento muchísimo… yo… yo no sabía que esto podía pasar… no… no entiendo por qué... no entiendo por qué no me lo dijiste antes… me siento… me siento fatal… yo… yo te…- Pero su tartamudeo se detuvo, cuando se dio cuenta de que las palabras eran innecesarias. Él posó sus labios en los de ella, aún temblorosos. Y de pronto, todo encajó. Y después de tanto tiempo su sueño se hizo realidad. Eran aún en el fondo esos niños de catorce años que tanto se amaron.


MARINA MARTÍNEZ, 2ºA ESO

1 comentarios:

... dijo...

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