viernes, 18 de septiembre de 2009
Si ponéis en marcha el reproductor entraréis mejor en ambiente (dejad que pase la publicidad).
Ein Prosit, Ein Prosit, der gemiitlichkeit,
Ein Prosit, Ein Prosit, der gemiitlichkeit… Prost!
El metro nos dejó a unos pocos pasos del Theresienwiese (el Prado de Teresa) que es el lugar donde se celebra la que tal vez sea la feria más multitudinaria del mundo: Hay catorce bierzelte o tiendas de cerveza en la feria, que son como carpas gigantescas (en algunas caben cerca de 10.000 personas) y cada una sirve exclusivamente cerveza de una determinada cervecería muniquesa. Nuestra carpa era
El ambiente en la feria es increíble y si no llegas pronto o no tienes mesa reservada, lo tienes difícil pues las tiendas, pese a su capacidad, están abarrotadas. Menos mal que Otto, previsor como buen alemán, nos reservó un par con antelación por lo que nada más llegar nos sentamos y comenzamos a disfrutar del espectáculo. Porque era un verdadero espectáculo ver como la gente, ataviada en su mayoría con los trajes típicos bávaros (pantalón corto de cuero los hombres y vestido tirolés las mujeres) y sentada en mesas alargadas, bebía, comía, cantaba y coreaba las canciones
tradicionales que una banda de música interpretaba (incluso llegaron a tocar ¡Qué viva España!). Y de cuando en cuando, para levantar el ánimo, aunque éste nunca decaía, sonaba Ein Prosit, el “himno oficial” de
Las mesas están atendidas en su mayoría por camareras que sirven de una sola vez hasta ocho o diez jarras –no me explico como consiguen cogerlas- y además lo hacen con una rapidez asombrosa. Pides una cerveza y al minuto siguiente la tienes en la mesa. Esto es eficacia. ¿Y la seguridad? Pues máxima. El servicio de vigilancia no permite que nadie moleste o altere el orden. Imaginaos el lío que podría armarse con tanta gente y tanta bebida. A quien ven tontear lo ponen inmediatamente en la calle. Cada pocos metros hay un “segurata”. Y para el que desee dar un paseo por la feria, en el exterior de las carpas hay una gran cantidad de atracciones y espectáculos de todo tipo, desde las tradicionales barracas y caballitos hasta las más novedosas. Cuando regresamos a Ingolstadt, alrededor de las diez de la noche, aún nos animamos a dar un paseo. Entramos a tomar un bocado en la pizzería Salerno, uno de los escasos locales que a esas horas aún permanecían abiertos en Unsernherrn, que así se llama el barrio o distrito donde estábamos, al sur de la ciudad, a la otra orilla del Danubio. Menos mal que la cena hizo buen “asiento” en el estómago.